Interrumpir las actividades ordinarias de nuestro
ejercicio profesional, del mismo modo que hacía Jesús (Mc
1,35.6,46.14,32 Lc 6, 12.9, 18.9, 28.11, 1.22,41), para
separarnos de todo aquello que nos ocupa y nos preocupa, con la
única intención de unirnos en oración con el Señor, se ha
convertido en uno de esos proyectos que como grupo esperamos con
gran entusiasmo. En esta ocasión, acompañados por el padre
Miguel Ángel Riveros, nos dirigimos, nuevamente, al Monasterio
trapense Santa María de Miraflores el día miércoles 29 de marzo.
Ingresar en el lugar físico del monasterio se
convierte inmediatamente en una invitación a entrar en esos
recónditos lugares íntimos de nuestro corazón, para unirnos
espiritualmente a esa comunidad tan querida y respetada en
nuestra diócesis, ese grupo de monjes incesantes buscadores de
Dios que renunciando a todos lo que el mundo les ofrece
consagran su vida en el ministerio de la oración. Apenas
entramos a la capilla pudimos constatar esa calurosa, pero
silenciosa, bienvenida; la invitación a caminar por sus prados,
la posibilidad de participar en esa búsqueda amorosa del Padre y
escuchar sus plegarias, cantos y bendiciones.
La reflexión estuvo centrada en el profundo amor
que Jesucristo manifestó en su oblación, en la disposición
necesaria de nuestro espíritu para caminar con Él el camino de
la cruz, la necesidad de consagrar y ofrecer todas nuestras
actividades, porque de este modo contribuimos a la construcción
de un mundo más humano y más de Dios.
Sin duda que estas experiencias fortalecen el
lazo afectivo que nos une como cuerpo de profesores y como grupo
de amigos; al mismo tiempo que iluminan nuestros compromisos y
aumentan en cada uno de nosotros las ganas de continuar en esta
tarea de configurarnos con Cristo, el Divino Maestro, en la
misión de anunciar su Buena Noticia a quienes se nos han
encomendado.
Finalmente dar las gracias a nuestro capellán que
hizo posible este encuentro, al padre Miguel que con muy buena
disposición dirigió el retiro, a la comunidad trapense que
amablemente nos permitió entrar en su casa y cada uno de los
profesores que con respeto y en silencio aportaron para que el
encuentro personal con Jesús marcara esa jornada.
Síganlo a Él, mírenlo a Él, ámenlo a Él, aquél
que es el Camino y camina con ustedes, que es el Pan de vida que
los reconforta y restaura sus fuerzas para que no desfallezcan a
media jornada, y el mismo que es la Meta y los espera con los
brazos abiertos, con sus llagas glorificadas, en memoria del
amor con que nos amó, sí queridos buscadores, sigan a: Jesús de
Nazaret, el Cristo, Señor de la Vida, Resucitado y Vivo para
siempre.