Así como una gaviota emprendiendo su primer
vuelo, iniciábamos el viaje llenos de ilusiones, suefios y con
el corazón dispuesto a abrirse, a conocer nuevas personas y en
si, compartir experiencias de vida.
A pesar del opaco día, el cálido y alegre recibimiento de
nuestros pares, no dependía ni del clima, ni del tiempo soleado,
ni, incluso, de la salud que gozamos o la enfermedad que
padecemos, sino, el sentimiento mutuo de entregarse a nuestros
hermanos, aunque fuese por un día.
Luego de una simple presentación, nos dirigimos a
la capilla de su colegio, a vivir una breve eucaristía, con el
propósito de ofrecer ese día al Señor.
Al sonido de una guitarra y muchas voces, compartimos un grato
desayuno y conocimos a los que, en definitiva, serían nuestros
hermanos. Con la brocha al hombro, y con los rostros llenos de
felicidad, nos dirigíamos al Hogar de Cristo a realizar nuestra
obra solidaria.
Después de un par de contratiempos en el trabajo,
logramos finalizar con éxito nuestra labor. Cansados y
hambrientos, emprendimos el rumbo hacia nuestros hogares, en el
trayecto, quedamos sorprendidos por la hostilidad a la que se
enfrentan cada día nuestros hermanos. Al estar en sus hogares y
compartir gratamente el almuerzo con su familia, nos dimos
cuenta que el espíritu marista acorta cualquier brecha social
existente, y nos une en un lazo irrompible de compañerismo y
fraternidad.
De regreso al colegio nos llevaron a conocer sus
instalaciones, y nos explicaron el proceso de su formación
.académica. En seguida compartimos una tarde recreativa,
logrando finalmente la homogeneidad que buscábamos y vimos con
agrado como el grupo se afiató dando origen a nuevas amistades,
que se seguirán cultivando en encuentros futuros y no muy
lejanos. Ya con varios minutos de atraso, y el agotamiento
propio de una agitada jornada, nos dispusimos a compartir una
agradable once, la cual significó el momento culminé de nuestra
estadía y conllevó a una fugaz despedida, agradeciendo a Dios
por los momentos vividos y por la oportunidad de conocer
personas tan sencillas pero tan especiales a la vez.
De esta manera regresamos a nuestra ciudad de
embarque con el corazón lleno de alegría y satisfacción, y la
gran enseñanza de disfrutar de las cosas sencillas de la vida,
asumir el sufrimiento en clave cristiana, viendo en cada hermano
a Cristo vivo. Demostrándonos una vez más que la alegría más
grande del cristiano es darse por completo a los demás.