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Un regalo para nosotros
Por
Instituto O'higgns .
Publicado:
1 Agosto 2003
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Llegó el día lunes en que nos juntamos en la plaza Champagnat para visitar la hospedería del Hogar de Cristo, serían grupos de seis alumnos cada día, desde las 19:15 a las 21:00 horas más o menos. Sabíamos que ayudaríamos a servir la comida y a conversar con ellos un rato.

 
Nos recibió el tío Héctor, encargado de la hospedería en la noche, nos mostró los dormitorios, los baños, la ropería, nos contó del trato digno que reciben, comenzando por hacer que la limpieza personal sea parte de sus vidas, nadie pasa al comedor sin estar aseado, ellos lo agradecen. Llegó el momento de encontrarnos en el comedor, nuestras manos estrecharon las de esos hombres, la mayoría viejos o quizá maduros pero envejecidos por la vida que llevan; los juegos de dominó y cartas nos unieron, mientras esperábamos la cena. Todos los días tuve el privilegio de dirigir la oración del Padre Hurtado, los gorros al pecho mientras oraban con un respeto conmovedor.
 
El primer día, luego de repartir las bandejas, lo más prontamente posible para que la saborearan caliente, repartimos té en un jarro grande, para quien quisiera y pan...
 
Supimos entonces que el presupuesto de la Hospedería contempla un pan por persona, por lo tanto, cuando llega alguna donación de pan, desde alguna panadería, es posible repartirlo después de la cena, ese día había, alcanzó una mitad cada uno más o menos; para muchos de esos casi ochenta hospedados esa es su única comida. Nos propusimos entonces, llevar queque todos los días después de la cena y así fue, no nos faltaron queques ni un día, ellos... felices.
 
Todas las noches, nos esperaban, se establecieron lazos estrechos, cálidos, hubo risas, bromas, aplausos, mucho cariño; descubrimos entonces que faltaban cucharas, eso demoraba la  cena de algunos que esperaban que hubiera una cuchara para cenar, las tías de la cocina lavaban y secaban rápidamente para servir a todos. Entonces llevamos cuarenta cucharas el día jueves, ese día cada bandeja salió de la cocina con su respectiva cuchara, nosotros ... felices.
 
Mi satisfacción más grande, fue ver a mis alumnos ir en forma reiterada, aunque no les correspondiese, a compartir, comprometidos, valorando y atesorando esa experiencia.
 
Después de dos semanas, llegó el día de la despedida, queríamos que fuera especial, diferente para ellos, les conté de nuestro colegio marista, por nuestra Buena Madre oramos a María y luego al Padre Hurtado, una torta grande, blanca adornaba el centro del comedor, en una mesa que un hospedado decoró con un mantel y flores; ellos sabían que era nuestro regalo de despedida, fue repartida, alcanzó para todos, hubo repetición incluso. Compartimos la mesa con ellos, se acabó la torta, sólo quedaron restos de merengue ... y la alegría de todos. Nos despedimos, un aplauso grande celebró y agradeció nuestra visita... pero ellos nos entregaron un regalo más valioso aún, permitirnos entrar un momento en sus vidas para compartir y descubrir como mis alumnos del 2do C cambiaron, se acercaron cada vez más a ellos, descubriendo a Dios en los ojos del amigo pobre que sufre, que sólo espera ser escuchado, que no tiene a nadie, pero que es feliz y tan digno como nosotros a pesar de lo poco que tiene.
 
José Tomás Abarca D.
Profesor Jefe 2º C Medio.

Publicado en:
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