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Pascua de nuestro Fundador
Por
María Conejera O.
Publicado:
6 Junio 2020
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Imagen de San Marcelino Champagnat.
Hoy, sábado 06 de junio, día en que recordamos la vida, obra y legado del Padre Champagnat, compartimos un saludo del Rector Sr. Claudio Castillo Faúndez. 
En este día sábado 06 de junio quiero enviarles un cariñoso saludo a todos ustedes como integrantes de nuestra Comunidad Marista de Rancagua. Me atrevo también a hacer extensivo mis saludos a cada uno de los habitantes de esta hermosa ciudad, de nuestra provincia, de nuestra región. Cuando en el año 1999 el Papa Juan Pablo II decretó la Santidad de Marcelino Champagnat, en su mensaje nos hizo saber que Champagnat dejaba de ser un Beato privativo solo para los maristas del mundo, sino, por el contrario, al decretar su santidad lo hacía para el mundo entero. Champagnat por tanto es un santo universal.

San Marcelino es un modelo para todos nosotros. Su vida es un testimonio de lo que es haber vivido en clave de santidad y de que ésta es posible alcanzarla cuando sentimos que nuestra vida está segura en manos de Dios, no importan las luchas o pruebas en el camino, Cristo nos ama, murió por nosotros, fuimos redimidos y merecemos vivir en santidad.

La crisis sanitaria que nos afecta nos ha privado de lo central del acontecimiento, la ausencia obligada de nuestros estudiantes, educadores y funcionarios, ello no permitirán lo que durante más de un siglo de historia colegial, al amparo de dicha fiesta celebrativa, teníamos por costumbre desarrollar y vivir como colegio.

Por otra parte, creo que la misma crisis que nos asiste, nos permite a cada uno(a) de nosotros(as) hacer un ejercicio distinto. La “Pascua” del Fundador en sí resulta ser un hecho trascendente, alcanzar la “gloria de Dios” es el gran sentido que tiene nuestra vida terrenal como creyentes en el Dios de Jesucristo. Como cita uno de los versículos de Juan, en nuestra vida siempre “esperamos cielo y tierra nueva”, lo anterior continúa animando el tránsito de cada uno de nosotros por este regalo de vida ofrecido por Dios, el mismo que dio a Champagnat el ímpetu y convicción de vida cristiana en la animación de su proyecto hasta el día de su muerte.

El día 06 de junio tiene ese sentido. La muerte, desde lo humano, es un tránsito hacia el reino de Dios, la vida eterna. La resurrección se transformó en un hecho posible para un simple y rústico sacerdote Francés, que hizo un camino de santidad en casi medio siglo de existencia.

El religioso marista Manuel Mesonero Sánchez en su última biografía del Padre Champagnat relata en el capítulo titulado “Muerte en el Abandono. Nunca un carisma se realiza por completo. 1839-1840”, lo ocurrido ese día 06 de junio del año 1840. En lo específico de la muerte del Fundador, señala que aconteció un día sábado de madrugada. Era el día en que se celebraba la vigilia de pentecostés; a eso de las 02:00 de la madrugada entró en agonía, a las 04.00 horas su respiración se volvió lenta y difícil. Los hermanos de la comunidad que le acompañaban en la casa se convocaron en la capilla ubicada en el mismo recinto y cantaron el “Salve Regina”, comenzaron a continuación las oraciones de la mañana como era su costumbre, en ese lapsus de tiempo el fundador expiró.

Por razones muy particulares Champagnat había confidenciado a sus hermanos con anterioridad su deseo de morir un día sábado, por el significado de dicho día tenía para los creyentes. Lo mismo ocurrió con su hora de muerte, el que haya sido aquella que coincidía con sus horas de oración y meditación diaria por más de 30 años resultó ser una gracia especial. Todo lo anterior puede ser considerado un hecho circunstancial sin mayores comentarios, la casualidad del destino, o bien, un premio de Dios para su Pascua por la vida de méritos que el Fundador había logrado atesorar durante tantos años de trabajo, perseverancia, abandono confiado, providencia y fe.

El autor al que hago referencia nos indica que el título del capítulo “muerte en el abandono”, se refiere a lo que no siempre las biografías del Fundador conocidas hasta hoy hacen alusión. Según el biógrafo, Champagnat vive en su etapa final, por diversas circunstancias, hechos de profunda incertidumbre, renuncia, dolor e inquietud religiosa, que no le permitieron “disfrutar” humanamente los últimos acontecimientos de su agonía en vida. Indistintamente lo indicado, comparte también con los otros biógrafos, que los últimos meses de la vida de Marcelino estuvieron colmados de cariño hacia él por parte de sus hermanos, intentando aliviar en parte la enfermedad que le aquejaba; mucha gente también le visitó con gran aprecio. No se puede negar que Marcelino murió arropado por el cariño de todos... Más allá de los signos de aprecio que recibió el Fundador de nuestra congregación, murió, dice el autor, ejercitándose en un abandono heroico a la voluntad y a la Providencia de Dios.

Champagnat trabajó incansablemente hasta la muerte, animó y desarrolló un hermoso proyecto para atender y evangelizar a niños y jóvenes en la Francia de las primeras décadas del siglo XIX, perseveró en su intuición fundacional, definió el marco de un carisma inspirador para sus seguidores, recorrió por días caminos pedregosos y empinados para atender a los suyos, los más necesitados, alimento y sirvió la mesa de manera humilde y sencilla; hasta que ya no pudo más.

Hoy en el contexto en el cual nos encontramos se hace necesario volver la mirada a nuestro Fundador y su vida en lo cotidiano de nuestra existencia. Su muerte tuvo un sentido providencial. Su Pascua, que hoy conmemoramos, es un llamado a la esperanza, es un llamado también a poder hacer el abandono confiado al Dios de la vida en los momentos de aflicción, de desánimo, de falta de esperanza y de agobio. Hoy, cuando muchas familias padecen los efectos de la crisis sanitaria que nos afecta, cuando todos nos vemos sobrepasados emocionalmente por la contingencia, cuando los planes del año y de vida que habíamos diseñado han sido trastocados fuertemente, cuando la información que nos entregan los medios de comunicación y las redes sociales acrecientan nuestras inseguridades e instalan en nosotros un miedo permanente; sólo queda abandonarse confiadamente en Dios, despojarnos de nosotros mismos para escuchar su mensaje, de abajarse con humildad y dejar de lado nuestro yo absoluto y dominador.

La muerte del Fundador tuvo ese sello que nos acompaña hasta hoy día, es una Pascua que da sentido a la vida, a lo material y trascendente y nos invita a continuar haciendo camino, no sólo para animar la misión legada sino también para imitar lo que un hombre pudo vivir en su intimidad antes de su partida de este mundo.

Claudio Castillo F.
Rector
 

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