Nuestro
colegio se unió solemnemente para agradecer a la Buena Madre el
hecho de pertenecer a la gran familia Marista y reconocer a los
Hermanos por su inmenso legado.
El 15 de agosto se celebra con devoción el llamado a María a la
eternidad y santidad. Pero en especial los Maristas de todo el
mundo lo recordamos con mayor presencia, ya que los Hermanos
celebran su día en honor a la Madre celestial que guió los pasos
de San Marcelino el crear esta congregación de la enseñanza.
En todas las secciones se hizo un emotivo
homenaje para celebrar ambos acontecimientos. Los pequeños de la
Sección Inicial tuvieron la presencia de nuestro Rector, Hno.
Aldo Passalaqcua, y entregaron una hermosa recreación de la
Asunción de María y el amor que ella siempre entrega a sus hijos
e hijas, sin distinción alguna.
Desde 3° hasta 6° básico, también contaron con la figura del Hno.
Aldo, a quién se sumo el Hno. Ángelo Zucchett, los cuales
recibieron con alegría el reconocimiento de este ciclo.
La sección de 7° básico hasta 2° medio, tuvo en
la asistencia del Hno. Eloy Pérez la imagen de María y la
dedicación por la enseñanza cristiana de cientos de jóvenes en
el colegio, quienes se forman para ser personas de bien y con un
carisma solidario.
A su vez, la sección de 3° y 4° medios recibió al Hno. Teofilo
Paredes para este día, quien agradeció con mucha emoción esta
celebración y recordó lindas anécdotas que él tuvo en el IOH
cuando fue Profesor en los años 50 y 60 en el IOH.
En el año del Bicentenario de nuestra Patria y
próximos a celebrar 100 Años de Presencia Marista en Chile,
queremos entregar un valioso documento extraído de la vida de
nuestro Santo Fundador; el cual explica su apego y devoción por
la Buena Madre:
La devoción del Padre Champagnat a la Santísima Virgen
Las Constituciones de los Hermanos Maristas dicen en el artículo
74 « A ejemplo del Padre Champagnat, acudimos a María como el
niño acude a su madre. Estrechamos nuestra relación con ella por
la oración y el estudio de la doctrina mariana. Sus principales
celebraciones, en particular la Asunción, fiesta patronal del
Instituto,
son tiempos privilegiados para intensificar la
devoción a nuestra Buena Madre ».
Aquí proponemos la lectura de algunas páginas de la vida del
Padre Champagnat.
Podemos decir de nuestro amadísimo Padre que había plasmado esta
devoción con la leche materna. En efecto, su madre y su piadosa
tía, ambas muy devotas de la Santísima Virgen, se habían
esmerado en inculcársela desde la más tierna infancia.
En su juventud y mientras estuvo en el hogar familiar se limitó
a honrar a María con el rezo de las breves oraciones que le
habían enseñado. Pero cuando se decidió a abrazar la vida
sacerdotal y entrar en el seminario, aumentó sensiblemente su
devoción hacia la Madre de Dios, y se impuso numerosas prácticas
para merecer su protección y mostrarle su afecto.
Por entonces se propuso rezar diariamente;
resolución que cumplió con fidelidad toda su vida. También le
gustaba visitar con frecuencia a María; y fue en sus largas
conversaciones con ella, al pie del altar, donde comprendió que
Dios quería santificarlo y prepararlo para trabajar en la
santificación del prójimo por medio de una devoción especial a
esta divina Madre. Desde entonces tomó por divisa: Todo a Jesús
por María, y todo a María para Jesús. Esta máxima nos manifiesta
el espíritu que le guió y que fue la norma de conducta durante
toda su vida.
Considerando a María como a Madre y camino que
debía llevarlo a Jesús, puso bajo su protección estudios,
vocación y proyectos todos. Diariamente se consagraba a ella y
le ofrecía todas sus acciones, para que se dignara
presentárselas a su divino Hijo. En una de esas frecuentes
visitas a la Santísima Virgen tuvo la inspiración de fundar una
congregación de maestros piadosos, y darles el nombre de la que
le había inspirado dicho proyecto. Al sentir gusto especial en
honrar a la Santísima Virgen, y suponiendo que todos sentirían
lo mismo, pensó que el solo nombre de María bastaría para atraer
candidatos a la congregación que pensaba fundar. No se equivocó.
Vida del Padre Champagnat, págs. 342-344