Queremos
difundir este hermoso testimonio, hecho por un alumno de 4º
medio, sobre esta interesante experiencia vivida en el norte de
Chile.
El día 2 de febrero, aproximadamente a las 10
a.m., comenzó la travesía que nos llevaría hasta la Reserva
Nacional Anatiña ubicada a una hora de la cuidad de Iquique,
lugar donde el Jamboree del Desierto esperaba por nosotros.
Para llegar tendríamos que soportar un largo camino de poco más
de 30 horas de viaje, y 8 largos días acampando en medio de la
nada y desafiando la soledad de la Pampa del Tamarugal; pero
todo valió la pena.
Con nuestros apodos: Palma, Passa, Tambo,
Carmona, Cony, Negro, Pelao y Edi, llegamos al Jamboree
inscritos en el Equipo de Servicio.
El trabajo de este grupo consistió básicamente en preparar y
ejecutar todas las actividades que serían desarrolladas por las
Guías y los Troperos durante todo el campamento. Esta entidad se
dividía en sub-grupos, entre los que figuraban los encargados de
Raid, Torneo, Seguridad, Arte y Cultura, entre otros.
Todos los días teníamos algo en que colaborar.
Cada unidad, en su respectiva área, se encargaba de corregir los
errores y falencias que hubiesen ocurrido la jornada anterior.
Muchas veces quisimos permanecer despiertos para conversar,
recordar anécdotas del día o conocer gente; pero también y
razón principal- para terminar nuestro trabajo y organizarnos en
la ejecución de nuestro servicio del día siguiente.
Durante el transcurso del campamento nos
desligamos de la autoridad de Felipe (a cargo de la ruta), y
pasamos a ser dirigidos por un grupo de experimentados scouts
iquiqueños, quienes nos asesoraron, entre otras actividades,
para lograr un óptimo desarrollo del Raid, nuestra tarea de
mayor responsabilidad.
Este se realizó los días siete, ocho y nueve (tres turnos, uno
para cada subcampo), y consistió en el recorrido a pie de 16,4
km. hecho por guías y
troperos, teniendo como punto de llegada el
pueblo de La Tirana. En él tuvimos que caminar junto a los
chicos para velar por el cumplimiento de lo planificado y
atentos a cualquier alteración.
En lo personal, lo hice las tres veces, compartiendo con gente
de Arica e Iquique. Solía volver a cenar cerca de la medianoche,
pero dada la magnitud de tiempo, distancia, dedicación, y
organización que requería la actividad, fue una las experiencias
más
gratificantes. Su realización resultó exitosa.
Otros trabajos que se nos encomendó durante el Jamboree
correspondieron a armar juegos de madera para simular destrezas
militares, talleres para enseñar la identificación de azimut
(palabra inca, encontrar la diferencia en grados entres dos
puntos distintos) por medio de la brújula, y apoyar las tareas
de la JUNAEB como la preparación de comidas.
Así se desarrollaron los ocho días de campamento,
hasta que llegó el momento de la partida. Todos intercambiábamos
insignias, pañolines y escritos, nos tomábamos fotos... nadie se
quedaba sin un recuerdo grande o pequeño- guardado en sus
mentes; el mejor, sin lugar a dudas, era el haber compartido con
gente proveniente de todo Chile: el conocer de los primeros días
se convirtió en amistad para los últimos (y gracias a ello
tenemos ahora muchos lugares donde vacacionar). Realmente una
experiencia inolvidable, que esperamos se vuelva a repetir.