Comenzar un día diferente, en el que la única
preocupación no soy especialmente yo, en el que dejo mis propias
inquietudes y mis deberes para ir en ayuda de los demás, dejo
todo a un lado, sea mucho o poco lo que tenga que hacer,
simplemente lo dejo, y me pongo en frente de un mundo muchas
veces poco relacionado con mi diario vivir, poco común para mi y
mis compañeros, cada proyecto de curso tiene un significado
diferente,
para algunos es un buen momento para ayudar y pasarlo
bien, para otros la única actividad solidaria que realizan en el
año, para muchos un momento de compartir y para tantos otros un
momento de dar alegría y entretención a niños y ancianos, a
pobres y necesitados, hacer participes a jóvenes y adultos, a
desarrollar una actividad propia, una tarea que tiene igual o
más importancia que pasar un día en clases, con pruebas y
trabajos, con responsabilidades y compromisos, pero que en esta
ocasión no son en las aulas ni en frente del escritorio, sino en
la vida, en un colegio de bajos recursos, en la ayuda a los
campamentos de nuestra ciudad, en la realidad misma en que
trabajaba nuestro próximo santo Alberto Hurtado.
Sin duda no es un día común, es un día que cada
uno lo toma de una forma diferente y desde su propia
perspectiva, porque cada uno vive su solidaridad de manera
distinta y propia, probablemente para algunos sea otro
compromiso más, pero para otros es un día en que sacrificarse
por el prójimo, es una razón valida y a la cual realmente se
comprometen.
Al comenzar la mañana, con cada una de las tareas
propias de cada curso, de cada alumno y de cada profesor, se
logró probablemente los objetivos que nuestro santo fundador y
El Padre Alberto Hurtado, es decir, ver en cada uno de nosotros,
trabajar con alegría, con entrega sin preocuparnos de nada más
que de nuestro prójimo, nada más que de nuestro hermano, que no
se encontraba bajo un puente o agonizando en una cama sin saber
de Cristo, sino a tu lado, a tu alrededor, en ese niño con quien
compartiste, en esa persona que te dio alimento, en ese anciano
que te contó su historia, en ese hombre que no te quiso recibir
ni hablar, en ese individuo del campamento que te dio las
gracias, en ese niño que miro con cara tierna tu sonrisa y se
puso alegre cuando lo subiste a tu espalda para jugar un rato
con él.
Sí, ahí estaba Dios presente en cada gesto y en
cada alumno, en cada niño y en cada persona que compartía y
trabajaba contigo, sin duda no fue un día común, probablemente
encontraste aburrido o mal organizado alguno de los proyectos,
cada uno puede que halla tenido errores y percances, pero te
aseguro que en algún momento del día, sentiste la presencia de
Cristo, de Alberto o de Champagnat presente, o incluso, te
sentiste alegre y gozaste con que las cosas resultaran y
pudieres de alguna manera contribuir con tu aporte, con tu
ayuda, con tu entrega a tu propósito solidario.
Este día, no se trata de creer o no creer en
Dios, en la religión o en los santos, se trata de hacer vivir el
testimonio de un hombre, que dio la vida por los pobres y
necesitados, que hizo una de las obras más maravillosas de
Chile, aquel que no dormía porque mientras muchos olvidaban las
tantas realidades de la calle y de la oscuridad de la noche, él,
bajo su mirada y compañía, recogía, alentaba, alimentaba y
vestía al prójimo, a ese mismo ser, a esa misma persona que tu
ayudaste el jueves pasado, realizando las tareas y las
responsabilidades en tu compromiso con el día de la Solidaridad.