Esta Palabra de Vida ha sido tomada de uno de los
libros del Antiguo Testamento, escrito entre el año 170 y 180 antes de Cristo,
por BEN SIRA, un sabio, un escriba que desarrollaba su misión de maestro
en Jerusalén. Enseña un tema muy apreciado por toda la tradición sapiencial
bíblica: Dios es misericordioso con los pecadores y nosotros tenemos que imitar
su forma de proceder.
El Señor perdona todas nuestras culpas porque
"el Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de
amor" (Salmo 103). Dios perdona porque, como todo padre, como toda
madre, ama a sus hijos y por lo tanto los disculpa siempre, oculta sus errores,
les da confianza y los alienta sin cansarse nunca.
Como padre y madre, a Dios no le basta amar y
perdonar a sus hijos y a sus hijas. Su mayor deseo es que ellos se traten como
hermanos y hermanas; estén de acuerdo, se quieran, se amen. El plan de Dios
para la humanidad es la fraternidad universal. Una fraternidad más fuerte que
las inevitables divisiones, tensiones, rencores que se insinúan con tanta
facilidad, por incomprensiones y errores.
Muchas veces las familias se deshacen por no
saber perdonar. Viejos odios mantienen divididos a parientes, grupos sociales,
pueblos. Incluso, a veces, hay quien enseña a no olvidar las ofensas recibidas,
a cultivar sentimientos de venganza....Entonces un sordo rencor envenena el alma
y corroe el corazón.
Algunos piensan que el perdón es una debilidad.
No es cierto; es la expresión de un valor mucho más grande, es amor verdadero,
el más auténtico, porque es el más desinteresado.
"Si ustedes aman solamente a quienes los
aman, ¿qué mérito tiene" (San Mateo 5,42) También a nosotros
se nos pide que, aprendiendo de Él, tengamos un amor de padre, un amor de
madre, un amor de misericordia con todos los que se cruzan en nuestro camino
durante el día; especialmente con quien se equivoca. Por otra parte, a los que
están llamados a vivir una espiritualidad de comunión; es decir, la
espiritualidad cristiana, el Nuevo Testamento le pide más todavía: "perdónense
los unos a los otros" (Colosenses 3,13)
El amor recíproco exige casi un pacto entre
nosotros: Estar siempre dispuestos a perdonarnos unos a otros. Sólo así
podremos contribuir a la realización de la fraternidad universal.
"Perdona a tu prójimo el daño que te
ha hecho, así cuando tú le pidas, te serán perdonados tus pecados".
Estas palabras no sólo nos invitan a perdonar,
sino que nos recuerdan que el perdón es la condición necesaria para que
también nosotros, podamos ser perdonados.
Dios nos escucha y nos perdona en la medida que
nosotros sepamos perdonar. El mismo Jesús nos advierte: " la misma
medida que ustedes usen para los demás, será usada con ustedes" (San
Mateo 7,2) "Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia"
(San Mateo 5,7) En efecto, si el corazón está endurecido por el odio
ni siquiera está en condiciones de reconocer y de dar cabida al amor
misericordioso de Dios.
Entonces, ¿cómo podemos vivir esta Palabra de
Vida Ciertamente perdonando enseguida si hubiera alguien con el cual todavía
no nos hemos reconciliado. Pero esto, no basta. Habrá que escudriñar en los
rincones más escondidos de nuestro corazón y eliminar también la simple
indiferencia, la falta de benevolencia, toda actitud de superioridad, de
descuido por cada uno de los que pasan a nuestro lado.
Se requiere, además, una tarea de prevención.
Y así, cada mañana, ver con nuevos ojos a los
que voy encontrando en mi familia, en mi colegio, en mi trabajo....
Dispuestos a dejar pasar cosas que no van con
nuestro modo de ser, dispuestos a no juzgar, a trasmitir confianza, a esperar
siempre, a creer siempre. Acercándome a cada persona con esta amnistía
completa en el corazón, con este perdón universal. No recuerdo para nada sus
defectos, cubro todo con el amor. Y a lo largo del día trato de remediar un
desaire, un estallido de impaciencia, pidiendo disculpas o entregando un gesto
amistoso. Ante una actitud de instinto de rechazo del otro, respondo con un
gesto de plena acogida, de misericordia sin límites, de perdón completo, de
coparticipación, de atención a sus necesidades.
Entonces también yo, cuando eleve la oración al
Padre Dios, y sobre todo, cuando le pida perdón por mis errores, veré que mi
petición es escuchada y podré decir con plena confianza: "Perdona
nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (San
Mateo 6,12)
Chiara Lubich en Palabra de
Vida. Septiembre 2002
Envió Máximo del Pozo Hernández
Hermano Marista.